Primero se mudó mi vecino y su esposa, y como un mes después, llegaron las chicas. Lo recuerdo porque no todos los días llega una ambulancia cuando estoy en casa. Serían cerca de las diez de la noche, un viernes me parece. El cielo estaba negro como corazón de banquero. Ni luna, ni nubes, ni luz en la calle porque el circuito estaba fundido, así que cuando llegaron las luces de la ambulancia todos salimos a ver qué estaba pasando. Ahí estaba mi vecino. Lo reconocí. No al de enfrente; a ése no podría haberlo reconocido ni aunque me lo hubieran señalado. No; reconocí al nuevo. Le dije a mi hijo mayor que averiguara cómo se llamaba, y comprobé mis sospechas que el caballero era un viejo compañero de equipo. Mucho mejor que yo en el rugby, claro, un auténtico profesional, un excelente amigo, y una magnífica persona. E ingeniero civil, para redondear la profesión, aunque no recuerdo que se dedicara a eso nunca. Lo suyo era el rugby. Rugby league, para más precisión, pero dominaba los dos códigos.
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